Orar es hablar con Dios, nuestro Padre celestial, para adorarle, alabarle, darle gracias y pedirle toda clase de bienes.
Orar es hablar con Dios para manifestarle nuestro amor, tributarle el honor que se merece, agradecerle sus beneficios, ofrecerle nuestros trabajos y sufrimientos, pedirle consejo, confiarle las personas que amamos, los asuntos que nos preocupan y desahogarnos con él.
Habla a Dios con sencillez y naturalidad. Háblale con tus propias palabras. Se puede orar con fórmulas ya hechas, o espontáneas. Y también repitiendo siempre la misma frase.
Para hablar con Dios no es necesario pronunciar palabras materialmente. Se puede hablar también sólo con el corazón. La oración no se aprende. Sale sola. Lo mismo que no se aprende a reír o a llorar.
La oración sale espontáneamente del corazón que ama a Dios.
La oración debe hacerse con atención, reverencia, humildad, confianza, fervor, perseverancia y resignación con lo que Dios quiera. Hacerla con fe muy firme de que si conviene, Dios concederá lo que pedimos; pero no podemos anteponer nuestra voluntad a la de Dios. Además de irreverente y absurdo, sería completamente inútil y estéril.
Es necesario orar, y orar a menudo, porque Dios así lo manda: «Pedid y recibiréis «es necesario orar siempre y no desfallecer; pero además porque ordinariamente Dios no concede las gracias espirituales y materiales si no se las pedimos.
Es importante saber que la oración bien hecha no es la recitación de plegarias que se repiten distraídamente sólo con los labios. La verdadera oración pone siempre en movimiento el corazón.
La doctrina enseña:
a) que para salvarnos nos es necesario orar; b) que sin orar no podemos permanecer mucho tiempo sin pecado; c) que, aun para muchas cosas humanas, es muy necesario o conveniente la oración; d) que si oramos frecuentemente pidiendo a Dios nuestra salvación, nos salvaremos seguro.
Pero no sólo pedir. También hay que alabar y adorar a Dios. Más vale rezar poco y bien que mucho y mal. Si por dedicarte a largos rezos vas a hacerlos de forma distraída y rutinaria, más vale que reces la mitad o la cuarta parte; pero concentrándote y pensando lo que haces. Glorificas más a Dios y enriqueces más tu alma con un acto intenso de fervor que con mil remisos, superficiales y rutinarios. Todos deberíamos dedicar algún momento del día a hacer actos internos de amor de Dios.
En estos breves instantes se puede merecer más que en el resto de la jornada diaria. El momento más oportuno para hacerlos es después de comulgar, y al acostarse. Hay que pedirle a Dios la gracia eficaz para hacer con mucho fervor estos actos de amor.
Por otra parte, el buen hijo nunca se avergüenza de su padre, y Dios es mi Padre y Creador. Ningún padre es tan padre como el que es Padre-Creador de sus hijos. Es una ingratitud regatear a Dios las manifestaciones de amor y reverencia. Solía decir el emperador Carlos V: Nunca es el hombre más grande que cuando está de rodillas delante de Dios. Los animales nunca rezan.
Convendría que cada familia fijase un mínimo de rezo en común, el cual podría ser: Leer un trozo del Evangelio, de cuando en cuando, y comentarlo entre todos. Dar gracias a Dios antes de comer, por poderlo hacer, y pedirle que nunca nos falte lo necesario.
Debes tener una oración para bendecir la mesa. Esta buena costumbre nos ayudaría, además, a alcanzar la protección de Dios en la carretera.
Durante el día deberíamos estar unidos a Dios como dos personas que se aman. «En un matrimonio armónico saben: hombre y mujer que viven el uno para el otro y para su familia. Lo saben incluso, cuando en el jaleo del día piensan poco de hecho el uno en el otro. La relación de amor existe de continuo y da color a todas las actividades de ambos cónyuges. La orientación a la mujer amada ayuda al hombre a hacer día tras día su trabajo, con frecuencia aburrido. Sabe al fin y al cabo para quien trabaja. La mujer lo sabe también y por ello saca fuerzas la mayor parte de las veces para atender con esmero al mantenimiento de la casa
.Ambos viven en la atmósfera de la unión, aunque los momentos en que conscientemente se ocupen uno de otro sean escasos.
En un matrimonio de este estilo tienen lugar de vez en cuando “celebraciones” espontáneas, en las que todo lo que está ahí, inadvertido pero real, se expresa de manera explícita y se eleva de ese trasfondo a una vivencia de primer plano… La vivencia de lo que está en el trasfondo, y la vivencia de lo que está en primer plano no se oponen, sino que se superponen y se complementan. Esto se puede aplicar a nuestro amor a Dios.
El valor de la oración es muy grande. Con ella trabajamos más que nadie en favor del prójimo: convertimos más pecadores que los sacerdotes, curamos más enfermos que los médicos, defendemos a la Patria mejor que los mismos soldados; porque nuestras oraciones hacen que Dios ayude a los soldados, a los médicos y a los sacerdotes para que consigan lo que pretenden.
Ten la costumbre de acudir a Dios en todas tus penas y alegrías. En tus penas, para encontrar consuelo y ayuda; en tus alegrías para dar gracias y pedir que se prolonguen.
Dios conoce nuestras necesidades y las remedia muchas veces sin que se lo pidamos.
La oración que practicamos abarcará muchas virtudes: adoración, amor, confianza, humildad, agradecimiento, conformidad, etc.
«La eficacia de la oración y su necesidad no es por el influjo que ejerce en Dios, sino en el que ora.
Dios está siempre dispuesto a colmarnos de gracias: nosotros, en cambio, no siempre estamos dispuestos a recibirlas; la oración nos hace aptos para ello. Nunca debo cansarme de pedir a Dios lo que necesito. No es que Dios desconozca mis necesidades.
Pero quiere que acuda a él. Si no me lo concede, será porque no se lo pido bien, porque no me lo merezco o porque no me conviene.
En ese caso, me dará otra cosa; pero la oración que sube al cielo nunca vuelve vacía. Como una madre que cuando un niño le pide un cuchillo con el que se puede cortar, no se lo da; pero le da un juguete. Y en caso de que en los planes de Dios esté dejarnos una cruz, nos dará fuerzas para llevarla.
Dijo San Agustín: «Señor, dame fuerzas para lo que me pides, y pide lo que quieras. En nuestras peticiones se sobreentiende siempre la condición de si es bueno para la salvación eterna.
Hay una cosa que ciertamente Dios está deseando concedérnosla en cuanto se la pidamos, es la fuerza interna necesaria para vencer las tentaciones del pecado. Sobre todo, si lo pedimos mucho y bien, Dios nos concederá la salvación eterna de nuestra alma.
Cuando se piden cosas absolutamente buenas para uno mismo, si se piden bien, la eficacia de la oración es infalible.
Aunque a veces Dios modifica la petición en cuanto a las circunstancias, tiempo, etc.
Si es para otro, puede ser que éste rechace la gracia: conversión de un pecador. Dios nos exige un mínimo de buena voluntad. Él lo pone casi todo; pero hay un casi nada , que depende de nosotros.
*Una bonita oración podría ser:
Señor dame: -la decisión para cambiar aquellas cosas que yo puedo cambiar;
-la paciencia para aceptar las cosas que yo no puedo cambiar;
-y la inteligencia para distinguir una cosa de otra.
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